Por Francis Frangipane
Hay fortalezas satánicas sobre los países y las comunidades y hay fortalezas que influyen a las iglesias y a los individuos. Dondequiera que haya una fortaleza, hay un patrón de pensamiento inducido por el demonio. Específicamente, ésta es la “casa hecha de pensamientos” que se ha convertido en morada para la actividad satánica.
Quitándole la armadura a Satanás
“Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín” (Lucas 11:21-22).
Antes de ser salvos tú y yo éramos posesiones del demonio; Satanás era como el hombre fuerte armado que guardaba el palacio de nuestra alma. Sin embargo, el día de nuestra salvación, otro más fuerte, el Señor Jesucristo, atacó y venció a Satanás y le quitó todas sus armas. Nuestra experiencia del nuevo nacimiento puede variar muchísimo en los niveles naturales pero, en el ámbito espiritual, por cada uno de nosotros se condujo y se ganó una guerra muy similar. Si hubiésemos podido contemplar el mundo invisible, habríamos observado al Espíritu Santo que trabajaba con los ángeles de Dios, para destruir las primeras líneas de defensa de nuestro enemigo, su “armadura.”
Exactamente, ¿qué era esa armadura que protegía al diablo y nos impedía la salvación? La armadura en que confiaban los demonios estaba formada por todos los pensamientos, actitudes y opiniones donde nos encontrábamos de acuerdo con el mal.
Lo que Jesús describió como “armadura”, el apóstol Pablo lo consideró como “fortalezas” (2 Corintios 10:14). Es importante reconocer que al hablar de fortalezas, Pablo se dirige a la Iglesia. Es una necedad suponer que nuestra experiencia de salvación ya eliminó todas las actitudes e ideas incorrectas, las fortalezas, que todavía influyen nuestro comportamiento y nuestras percepciones. Sí, las cosas viejas pasaron, y en verdad ha habido cosas nuevas, pero hasta cuando caminemos en la plenitud de Cristo, no deberíamos asumir que haya terminado el proceso de cambio.
A nivel individual, el fundamento en el éxito continuo de nuestros combates espirituales, viene como resultado de ceder al Señor Jesús esas fortalezas, a medida que El las revele, y, para derribarlas, es ponernos de acuerdo con El, por medio del arrepentimiento.
Es importante reconocer que al hablar de fortalezas, no hablamos de pensamientos al azar o de pecados ocasionales. Más bien las fortalezas que nos afectan al máximo, son las que se hallan tan escondidas en nuestros patrones de pensamiento que no las reconocemos ni las identificamos como malas. En nuestro texto inicial Jesús reveló que los espíritus inmundos buscan “reposo”. El sentido del reposo que buscan se origina de estar en armonía con su ambiente. En otras palabras, cuando nuestra vida mental está de acuerdo con la incredulidad, el temor o los pecados habituales, el enemigo tiene reposo.
Es significativo que cuando el Espíritu Santo entra en nuestras vidas muchos cambios acontecen de pronto. No obstante, no debemos sorprendernos si el proceso de liberación con implica un período de conflictos y agitaciones interiores. Esta es una buena señal que traduce el deseo de la voluntad del individuo para ser libre. Debemos esperar un tiempo donde ejerceremos nuestra autoridad en Cristo, a medida que resistimos al adversario (1 Pedro 5:8-9). Pablo habla de “lucha” de la Iglesia contra principados y potestades. Habrá un período de lucha en el proceso de derribar las fortalezas, pues vas a romper tus acuerdos con un enemigo que peleará para permanecer dentro de tu vida.
Llevando cautivo todo pensamiento a Cristo
Mientras podemos encontrar cierta comodidad en ser cristianos, el hecho de serlo no nos ha vuelto perfectos. Hay todavía muchas fortalezas dentro de nosotros. Por tanto, identifiquemos algunas de esas fortalezas espirituales. Raro es el creyente que no está limitado por lo menos por una de las siguientes fortalezas: amor frío, falta de perdón, temor, codicia, concupiscencia, orgullo, gula, incredulidad o cualquier combinación de ellas, así como de muchas otras.
Debido a que nos excusamos tan rápidamente es difícil discernir las áreas de opresión en nuestra vida. Después de todo, estos son nuestros pensamientos, actitudes, percepciones, y justificamos y defendemos nuestras ideas con el mismo grado de intensidad con que justificamos y defendemos nuestro propio yo. Como está escrito: “Porque cual es su pensamiento en su corazón tal es él” (Proverbios 23:7). En otras palabras, la esencia de lo que somos está en nuestra vida de pensamiento. Por tanto, antes que cualquier liberación se pueda cumplir, de cierto, debemos reconocer y confesar con toda honestidad nuestras necesidades y con la ayuda del Espíritu Santo comenzar a tomar cautivos nuestros pensamientos no semejantes a Cristo.
Desde luego, la primera fortaleza que Dios debe quitar es el orgullo. Pues hasta cuando no se tenga voluntad para admitir que se necesita liberación, nunca será libre de las fortalezas. Sin embargo, al mismo tiempo, nuestro proceso esta visualizado por el Espíritu Santo. Porque al emerger Cristo en nuestras vidas el misterio de la identidad del hombre es revelado: el hombre a imagen de Dios. Cristo, el Hijo modelo, el “primogénito entre muchos hermanos” es la semilla misma de Dios creciendo en nuestros corazones (Romanos 8:28-29).
Asimismo démonos cuenta que solamente Jesús puede ser como Jesús. A medida que cedemos a El en grados crecientes de rendimiento, a medida que permanecemos en El y que su palabra permanece en nosotros, El nos trae una clase de vida que no es simplemente como la suya, sino que es su misma propia vida. Cristo mismo vive dentro de nosotros para llenar el propósito eterno de Dios, que es hacer al hombre a su imagen. Esta presencia constante en nosotros, la presencia del Señor Jesucristo, hace poderosas las armas de nuestra lucha espiritual, le da poder a nuestras palabras con autoridad, a medida que derribamos las fortalezas.
Oremos: Señor Jesus me sujeto a Ti. Declaro, de acuerdo con la Palabra de Dios, que debido a Tu poder de sujetar todas las cosas a Ti, las armas de mi milicia son poderosas para la destrucción de fortalezas (2 Corintios 10:3-4). Me arrepiento por utilizar la mentira “Nunca seré como Jesus”, como excusa para pecar y transigir con mis convicciones, En el nombre de Jesus renuncio a mi defectuosa pecaminosa antigua naturaleza y por la gracia de Dios y el poder de Su Espíritu derribo las fortalezas de incredulidad que existen en mi mente. Debido al perfecto sacrificio de Jesucristo, soy nueva criatura. Y creo que iré de gloria en gloria siendo continuamente transformado en la imagen de Cristo al caminar con El en Su gracia.
Adaptado del libro de Francis Frangipane, Los tres campos de la lucha espiritual disponible en www.arrowbookstore.com.