¡Ríndanse! ¡Reconozcan que yo soy Dios!

Por Francis Frangipane

Entre los muchos aspectos intrínsecos y hermosos del alma humana, hay una cualidad que sostiene a todas las demás: el alma es porosa. Esto significa que, además de nuestras fortalezas y capacidades ocultas, el alma también es influenciada y moldeada por lo que la rodea. Adoptamos costumbres, lenguajes, hábitos, virtudes y vicios principalmente al absorber la realidad que nos envuelve. En verdad, la esencia de la vida, tal como la percibimos, se forma por la recepción interna de esas realidades externas.

Así, aunque el alma nace con poderes innatos, también es producto de su tiempo y circunstancias. Como vivimos tiempos sin precedentes, casi proféticos, quienes han nacido en las últimas cinco o seis décadas han sido impactados no solo por las luchas y alegrías comunes de la vida, sino también por desastres indescriptibles que ocurren en todo el mundo.

El “radar” del Espíritu Santo

Por Francis Frangipane

De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro. —Lucas 8:17

La paz de Cristo no es solo un atributo divino; también es un órgano de comunicación en el lenguaje de Dios. El Espíritu Santo usa la paz para comunicarse con nosotros. Si una situación requiere precaución, nuestra paz se perturba; si una dirección es correctamente elegida, la paz lo confirma. Por lo tanto, se nos exhorta en la Palabra de Dios a "dejar que la paz de Cristo reine en [nuestros] corazones" (Col. 3:15). La traducción literal de reine es "actuar como árbitro".

Mientras debatimos en nuestras almas un curso de acción, la paz de Cristo actúa como un radar espiritual. Ayuda a hacer más efectiva nuestra capacidad de discernimiento.

"Venid y ved"

Por Francis Frangipane

Juan y Andrés comenzaron su compromiso espiritual con la voluntad de Dios como discípulos de Juan el Bautista. De hecho, ellos habían realmente estado de pie junto al profeta cuando Jesús pasó. Cuando el Bautista vio a Jesús, clamó, “¡He aquí el Cordero de Dios!”  (Juan 1:35-37).

Esta ha sido una profunda narración.  Es el testimonio manuscrito de Juan sobre como el llego al Hijo de Dios. Aun así, Juan tenía verdades más profundas que revelar más allá de este histórico relato. El va asimismo a revelar que es lo que por encima de todo debemos cada uno de nosotros buscar cuando venimos a Cristo.

Tomemos el relato. Ambos discípulos, habiendo escuchado y creído en la proclamación mesiánica de Juan acerca de Jesús, están ahora caminando, quizá apresuradamente, para alcanzar a Jesús. Su conversación se puede escuchar.

Las heridas de un guerrero de oración

Por Francis Frangipane

Los intercesores viven en la frontera del cambio. Estamos posicionados para estar entre las necesidades del hombre y la provisión de Dios. Como somos los agentes de redención, Satanás siempre buscará la manera de ofender, desalentar, silenciar o, de alguna forma, robar la fuerza de nuestras oraciones. Las heridas que recibimos deben interpretarse a la luz de la promesa de Dios de revertir los efectos del mal y hacer que obren para nuestro bien (Rom. 8:28). Dado que los ataques espirituales son inevitables, debemos descubrir cómo Dios usa nuestras heridas como un medio para una mayor fortaleza. Esto fue precisamente cómo Cristo trajo la redención al mundo, porque por sus heridas fuimos sanados (1 Ped. 2:24).

Dios es más grande que nuestro conocimiento de Él

Por Francis Frangipane

Cuando Dios obra en la tierra, llama a los humildes que no se conforman con el mero conocimiento de Él, sino que desean a Dios mismo. El Señor invade la vida de este pueblo y comienza a enseñarles la diferencia entre Su presencia real y el conocimiento de Él. Desafía lo que consideran correcto y los despoja del orgullo, permitiéndoles escucharlo y ser guiados a Su presencia.

Cuando nos acercamos a Dios por primera vez, tenemos mucho de Su gozo y presencia en nuestra nueva vida, y muy poco conocimiento de Él y Sus caminos. Simplemente amamos a Dios: ¡hemos sido salvos! Pero poco a poco, se produce un cambio sutil y adquirimos conocimiento. Comenzamos, imperceptiblemente, a servir a nuestro conocimiento de Dios, y esto disminuye nuestra vida con Él. A medida que nuestro conocimiento crece, puede llegar a envolvernos y a perder la vibrante expresión del Dios verdadero. Es por eso por lo que el Señor nos hace perder la confianza en nuestra lógica y nuestros programas organizados, y nos conduce a la capacidad de escuchar y obedecer Su voz.