Por Francis Frangipane
El deseo de ser reconocido y apreciado por otros es básicamente naturaleza humana. Después de sanar a diez leprosos, Jesús mismo pareció perturbado cuando, solamente uno regresó a darle las gracias (vea Lucas 17). Sin embargo mientras el deseo de ser ocasionalmente apreciado no es pecado, puede convertirse en pecado cuando nuestro objetivo cambia de buscar la gloria de Dios a buscar el elogio del hombre. Debemos determinar que nuestro servicio a la humanidad este guiado por una más elevada y enfocada obediencia a Dios.
Jesús vivió solamente para la gloria de Dios. Nosotros, sin embargo, con demasiada frecuencia buscamos la alabanza del hombre. A pesar del hecho de que Jesús repetidamente afirmó que el Padre, quien ve en secreto, nos recompensará. (Vea Mateo 6), permanecemos ofendidos si no recibimos crédito por nuestras buenas obras. Esta búsqueda de reconocimiento puede convertirse en una fuente de motivos falsos y fracasadas expectativas; puede dar lugar a celos, orgullo y ambiciones egoístas si no tenemos cuidado.