Por Francis Frangipane
Todo el misterio de nuestra existencia está centrado en perfeccionar las condiciones del corazón.
Sin duda es posible tener éxito en cierto nivel humano, sentirse realizado en todas las relaciones horizontales que nos rodean y fluyen dentro y fuera de nuestra vida. Pero la razón divina de nuestra existencia es que Dios quiere llegar a nuestro corazón.
En etapas anteriores de este entrenamiento espiritual, hemos aprendido que el corazón tembloroso, el corazón humillado, el corazón honesto, es el comienzo del cambio.
Pero Dios quiere algo más.
El corazón es el asiento de la realidad—la realidad que Dios contempla.
Dios no mira la apariencia externa; Él mira el corazón y ve cosas que creemos haber ocultado en secreto, donde nadie puede verlas.
Él dice: “¿Podrá alguien esconderse en escondrijos donde yo no lo vea?” (Jer. 23:24, NVI).
Todo está desnudo ante Sus ojos, y Su palabra es “viva y eficaz. Más cortante que cualquier espada de dos filos, penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y los tuétanos; juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12, NVI).
Dios quiere tu corazón. Jesús dijo: “Porque del corazón salen los malos pensamientos: homicidios, adulterios, inmoralidad sexual, robos, falsos testimonios, calumnias” (Mat. 15:19, NVI).
Dios quiere que la condición del corazón sea la correcta.
El misterio de nuestra existencia se revela mediante la perfección de nuestro corazón por medio del Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
Con frecuencia, todo nuestro esfuerzo se enfoca en encontrar satisfacción en la vida.
Queremos sentirnos realizados y ver nuestros sueños terrenales cumplidos.
Sin embargo, todas esas cosas pasarán, mientras que la condición de tu corazón perdurará para siempre.
Apocalipsis 22:4 revela que llegará un momento en que la recompensa celestial para los discípulos de Cristo será: “verán su rostro”. Pero si nuestro enfoque hoy está en ver cumplidos nuestros sueños terrenales, en vez de estar consumidos por una pasión y deseo de ver el rostro de Dios, de conocerle cada día, entonces no estamos manifestando las características de aquellos que son puros de corazón.
A menos que nuestra pasión por conocer a Cristo nos impulse en nuestros empeños espirituales diarios, hemos caído en una distracción excesiva con las cosas de esta época. Hemos sido disipados, engañados y vaciados del propósito de nuestra existencia.
Dios desea intimidad con nosotros. Buscar Su rostro es contemplar la expresión divina y oír el tono de Su voz. Desde la perspectiva de Su presencia, podemos apartarnos del mal.
Porque conocer Su amor es entender por qué fuimos creados.
Perfeccionados para el Placer de Dios
La vida te ha sido dada para perfeccionarte con el fin de agradar a Dios.
Esa es la razón por la que existes. No existes para tus propios fines, ni para tu propio deleite.
Si crees eso, has sido engañado por el enemigo de tu alma.
¿Qué significa ser como Cristo?
Significa que elegimos vivir con un solo propósito: darle placer a Dios. Para lograr esto, debemos estar íntimamente familiarizados con aquello en lo que Su alma se deleita. Jesús siempre eligió agradar a Dios, incluso en medio del conflicto y la crueldad. Así que, cuando la injusticia nos hiere, debemos redimir nuestras experiencias con misericordia. Tomemos el Sermón del Monte como nuestro estándar de conducta. Descubramos esas maneras en las que Cristo puede ser revelado a través de nosotros, y así traer deleite a Dios.
Como está escrito:
“Digno eres, Señor nuestro y Dios, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” —Apocalipsis 4:11, RVR1960
La clave de una felicidad duradera y una verdadera plenitud en este mundo no se encuentra en la autocomplacencia, sino en traer satisfacción al corazón de Dios.
Y aunque el Señor desea que disfrutemos de los muchos dones que nos ha dado, quiere que sepamos que fuimos creados no solo por Él, sino también para Él.
Por eso Dios obra en el corazón. Lo penetra y enfrenta nuestras defensas. Derriba muros, irrumpe, y hace lo que sea necesario para llegar al corazón. Dios busca tu corazón porque los puros de corazón verán a Dios, y no solo en la eternidad... ¡sino desde ahora!
Comenzarás a ver a Dios como se manifiesta en la iglesia. Al comenzar a verlo, verás lo que Él quiere hacer en la tierra. Empiezas a elevarte por encima de los temores en tu corazón, por encima de la competencia, la ambición, los deseos carnales y egoístas. Al arrepentirte de ellos y ser limpiado, tu corazón se purifica… y ves a Dios.
Dios está añadiendo el atributo de pureza de corazón a los atributos que ya has estado adquiriendo.
Él formará esa actitud en aquellos que se hacen misericordiosos, que tienen hambre y sed de justicia, que eligen la mansedumbre, que lloran delante de Él y reconocen su necesidad.
El resultado de esta secuencia es ver a Dios, percibir a Dios.
Jesús hizo milagros porque era puro de corazón y veía al Padre.
Solo hacía aquello que veía al Padre hacer. Las personas fueron sanadas porque el Padre estaba sanando.
La cascada de la presencia de Dios estaba a punto de sanar a alguien, y Jesús, al ver lo que el Padre hacía y estando lleno del Espíritu Santo, entró en Su presencia y extendió Sus manos. Tocó a los necesitados, y ellos fueron sanados.
Jesús nos dice:
“Si alguno… no duda en su corazón, sino cree que sucederá lo que dice, lo obtendrá” (Marcos 11:23, NVI).
¿Por qué? ¿Cómo se puede no dudar en el corazón?
Pues bien, si ves que Dios lo está haciendo, no dudarás en tu corazón. Pero si solo lo haces tú, tendrás días de duda. Habrá momentos en los que te preguntarás: “¿Soy yo o es Dios?”
Pero si tu corazón está puro, y el Señor te ha hablado, te lo ha confirmado, lo ha encendido dentro de ti, y tú sabes que es Él… entonces no dudarás en tu corazón.
El camino al poder milagroso de Dios es volverse puro de corazón. Estas personas miran a través de la creación del mundo, y ven a Dios. Están en contacto con el Dios verdadero. Tienen comunión con Él, y sus ojos lo contemplan. Y porque lo ven y lo escuchan, hacen lo que Él hace. Dicen lo que Él dice.
¿Dónde está nuestro tesoro?¿Anhelamos verle?¿Pensamos en ese día en que estaremos ante Su trono, contemplando Su gloria, rodeados por miríadas de ángeles y los redimidos postrados en asombro? Y allí está Él—la fuente de la vida y del universo.
Ese anhelo, creo yo, fue lo que impulsó a los santos del primer siglo. Ellos anhelaban el día en que dejarían este mundo, donde habían sido perseguidos y luchado por sobrevivir. No estaban invertidos en cosas terrenales. Su inversión estaba en el cielo, porque el enemigo los rodeaba en la tierra.
Pero nosotros vivimos cómodamente, ahogados en posesiones. Estamos arraigados aquí, en la vacuidad.
Este mundo nos atrapa—y por eso nuestro corazón debe ser purificado.
Adaptado del libro de Francis Frangipane: The Heart That Sees God, disponible en www.arrowbookstore.com.