El modo guerra

Por Francis Frangipane

Tenía diecisiete años, en mi último año de secundaria, y estaba sentado un poco despatarrado en mi escritorio, cuando un estudiante enojado, de casi el doble de mi tamaño, entró en el salón.  Hecho una furia, se apresuró hacia donde yo estaba sentado, me agarró del cuello y comenzó a reacomodar mis características faciales con su puño.

Alguien había escrito un comentario poco apropiado en el interior de su carpeta, y lo había firmado con mi nombre. Obviamente, algo más estaba ocurriendo dentro de la vida del gran muchacho que nadie había advertido.  Cualquiera fueran las otras frustraciones que se le habían acumulado en su corazón, su propósito inmediato era evacuar su furia con el ultimo ofensor, quien él consideraba ser yo.

Debería asimismo mencionar que en ese momento yo era de baja estatura y pesaba unos escasos sesenta kilos.  Yo no era un joven al que le gustaran las confrontaciones y había, de hecho, desarrollado diversas inteligentes maneras de evitar los conflictos mientras todavía aparecía relativamente audaz entre mis amigos.  Sin embargo, no importa cuál sea la filosofía de uno en cuanto a la violencia física cuando se está en una pelea, especialmente con un gigante enojado.  El grandote quería sangre. Rápidamente me di cuenta de que, si era que este ataque iba a terminar, iba a ser porque pondría todo mi corazón en defenderme.

Una vez que acepte que no tenía otra opción más que pelear, algo increíble sucedió dentro de mí. En vez de mis temores empeorar, en realidad se desvanecieron.  La energía que se consumía en el temor, de pronto se reciclaba y se ponía a disposición de mi defensa.  En ese momento, inesperadamente, descubrí otra dimensión dentro de mi alma: el modo guerra.

Sinceramente, ni siquiera sabía que tuviese un comando o una función de guerra en mi interior, pero cuando el grandote se agacho para tomarme para el “segundo asalto”, mi instinto de pelea se activó. Había resultado fácil para el lanzarme cuando yo no ofrecía resistencia, pero me levanté de un salto y lancé un puñetazo que fue a parar en medio de su nariz. El retrocedió un paso. Lo golpee dos o tres veces más y me lance sobre él cuando se tambaleo; derribándolo al suelo y noqueándolo con un puñetazo final.  Admito que es posible que, como reflejo, el haya tropezado con una silla que se encontraba detrás y mi golpe no haya tenido nada que ver con su caída, pero eso no importó. Cuando su espalda toco el piso, hubo un siciliano de 60 kilos sobre él.

Para ese entonces, los otros alumnos intentaban sacarme a mí de encima de él.  Salía sangre de su nariz, y sus amigos me llamaban patotero. Cuando el maestro entro al salón, todo hacía parecer como si yo fuera el agresor y el grandote la víctima, acobardado por mi implacable ataque.
Casi no me gradúo por causa del incidente, pero eso no me importaba. Algo dentro de mí había cambiado. Había encontrado el interruptor que activaba el modo guerra. No estaba ahora en busca de peleas, pero tampoco tenía ya miedo de ellas.

La pasividad no es la paz
¿Por qué le estoy contando esta historia? En primer lugar, no es porque piense que la violencia física sea la respuesta a nuestros problemas.  A menos que pertenezcamos al ejército o a la fuerza pública, la violencia física no es la respuesta de Dios a lo que nos perturba.  Conté este incidente para enfatizar que existe un “modo guerra” en cada uno de nosotros.  Puede que usted se encuentre enfrentando un enemigo mayor que usted – quizá sea pecado o ataques demoniacos, o quizá sus hijos se están alejando de Dios, o su comunidad o iglesia este en declive espiritual- pero llega un momento cuando el vivir bajo opresión ¡no es para usted más aceptable! Es en el momento que usted dice “¡suficiente!”  que Dios comienza a activar dentro suyo el modo guerra.

Pablo dijo que las armas de nuestra milicia no son carnales, sino ¡poderosas!  (Ver 2 Cor. 10:4) Necesitamos tomar “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17).  Pelear por justicia no es un estado avanzado del desarrollo espiritual; en realidad es básico.  Todos necesitamos aprender a orar, a tomar autoridad espiritual, y a proclamar la Palabra de Dios con fe. No podemos ser intimidados por las amenazas de nuestros enemigos mientras nos paramos contra los avances de las tinieblas.

Vea, demasiadas personas se han programado para una falsa paz, el cual es el resultado del compromiso y el miedo. Dios quiere que tengamos verdadera paz, la cual proviene de la fe en Cristo y la victoria sobre el mal.

Hoy en día muchos están debilitados por los eventos mundiales. Parte de ese debilitamiento proviene de corazones divididos. Debemos superar nuestra renuencia a enfrentar a nuestros enemigos. Deje de preocuparse sobre hacer enojar al diablo y enójese usted mismo- ¡airéese, pero no peque! Hay un legítimo “tiempo de guerra” (Eclesiastés 3:8) y en él nos encontramos.

 Cuanto antes pulsemos el botón que activa “el modo guerra”, más rápido encontraremos la determinación moral que necesitamos para vencer la opresión personal y asegurarnos la victoria. Y al ser cambiados, podemos comenzar a influenciar el mundo a nuestro alrededor.  Por tanto, reprenda la pasividad y tome autoridad sobre la auto compasión. Dios le dará la gracia necesaria para prevalecer.
 Considere asimismo la revelación de Isaías acerca del Señor. El profeta escribió: "Jehová saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos.” (Isa. 42:13).

El Señor es un guerrero y desea que también usted se torne en un guerrero. Sacúdase el desánimo y regrese a la Palabra de Dios. Si fue derribado, levántese. Es tiempo de reactivar su modo guerra.
 Maestro, me sujeto a Tu unción para la guerra. Renuncio a ser un cobarde o a abrazar una paz falsa basada en el compromiso. Me sujeto al combatiente que hay en Ti, quien santifica al combatiente que hay en mí. En el nombre de Jesús. Amén.