Dos cosas, tan solo dos cosas

 Por Francis Frangipane

Existen tantas cosas que ocupan nuestras mentes, tantos libros, tantos ejemplos, y tantas buenas enseñanzas que merecen nuestra atención, que dicen: “Aquí hay una verdad.” Pero mientras he servido al Señor en estos años pasados el me ha guiado a buscar dos cosas, tan solo dos cosas: Conocer el Corazón de Dios en Cristo, y conocer mi propio Corazón a la luz de Cristo.

Conociendo el corazón de Dios
He estado procurando conocer a Dios, escudriñando para conocerlo y conocer la profundidad de su amor hacia su pueblo. Yo quiero conocer el Corazón de Cristo y la compasión que lo motiva. Las Escrituras lo dicen claramente: Jesús amaba a la gente. El evangelio de Marcos nos cuenta que después de que enseno y sano a multitud de enfermos, la gente tuvo hambre. Cristo en su compasión la vio como “ovejas que no tenían pastor” (Mateo 6:34). Para el no fue suficiente ensenarles y sanarlos. Se hizo personalmente cargo de las necesidades de cada uno. Tanto el bienestar físico, como su alimento eran importantes para Él.


Un chico con cinco panes y dos peces proveyó lo suficiente para que Jesús obrara otro milagro, pero este milagro tenía que ser realizado por el cuerpo dispuesto cansado de Cristo. Considere: Cristo había llevado a Sus discípulos a un lugar aparte a descansar; “Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer” (Marcos 6:31).   

Considere: Jesús mismo había ido allí a orar y para ser fortalecido. Porque Su precursor, Juan el Bautista, había sido decapitado esa misma semana a manos de Herodes. Fue en ese estado, cuando Jesús estaba física y emocionalmente exhausto que alimento las multitudes — no en una o en dos ocasiones, sino una y otra vez. “Los iba dando [el pan y los pescados] para que se los sirvieran” (Marcos 6:41- Biblia de las Américas).

Miles de hombres, mujeres y niños “todos comieron y se saciaron” (v. 42) ¡Oh, el Corazón de Jesús! El milagro fue para la gente, pero no leemos que hubiera hecho un milagro para Su sustento, excepto por la maravilla de un amor santo que continuamente levanto Sus manos cansadas con mas pan y mas peces. Desde su debilidad en aumento El repetidamente dio para que otros pudieran ser renovados.

Por tanto, si mi búsqueda es conocerlo a El, debo reconocer esto sobre Él: Jesús ama a las personas — todas las personas, especialmente aquellos a quienes la sociedad ignora. Por consiguiente, yo debo conocer exactamente cuan lejos El iría por los hombres, porque esa es la misma distancia que El recorrerá nuevamente a través de mi. Ciertamente, debo yo conocer Sus pensamientos concernientes a la enfermedad, la pobreza y el sufrimiento humano. Como Su siervo, soy inútil para El a menos que sepa estas cosas. Si voy a hacer realmente Su voluntad, debo realmente conocer Su Corazón. Por lo tanto, en todos mis momentos de estudio y oración busco más que solo conocimiento; Estoy buscando el Corazón de Dios.

Conociendo nuestros propios corazones
Al mismo tiempo, cuando me acerco al Corazón de Dios, el fuego mismo de Su presencia comienza un profundo trabajo de depuración en mí. En la vastedad de Sus riquezas, mi pobreza se hace evidente. El salmista escribió, “¿Quien subirá al monte del Señor? ¿Y quién estará en Su lugar santo? El limpio de manos y puro de Corazón, el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmo 24:3-4).

No podemos si quiera encontrar el monte del Señor, mucho menos podemos ascender a el si hay engaño en nuestro corazón. ¿Como puede uno servir en el lugar santo de Dios sino tiene el alma limpia? Solo los puros de corazón perciben a Dios. Ascender hacia Dios es caminar en el horno de la verdad donde la falsedad es extraída de nuestras almas. Para habitar en el monte santo debemos morar en honestidad, aun cuando a veces parezca que una mentira nos puede salvar. Cada paso ascendente hacia el monte de Dios es un avance de nuestras almas a mayor transparencia, una más perfecta visión de las motivaciones que hay en nuestro corazón.

Es este llamado de Dios a ascender el que buscamos. Aun así, nuestra alma interior esta como escondida, asediada por temores y tinieblas, viviendo en un mundo de irrealidades e ilusiones. Es este yo interior nuestro, el alma que Dios busca salvar. ¿Ha descubierto su verdadero yo, la persona interior a quien solo la verdad puede librar? Si, buscamos santidad, pero la santidad verdadera surge de aquí; viene cuando el Espíritu de Verdad revela los lugares ocultos en nuestros corazones. Ciertamente, es la plenitud de la verdad la que nos lleva a la santidad.

¡Dios nos conceda un celo por la verdad para que podamos habitar en Su lugar santo!

En todas partes hay hombres que presumen conocer la “verdad”, pero no tienen ni santidad ni poder en sus vidas. La verdad tiene que llegar a ser más que doctrinas históricas; más que un museo de artefactos religiosos— o simplemente recuerdos del lugar y el tiempo en que Dios alguna vez obro. Conocer la verdad es conocer el Corazón de Dios tal como fue revelado en Cristo, y es conocer nuestros corazones a la luz de la gracia de Dios.

Como miembros de la raza humana, estamos cubiertos por la ignorancia. Escasamente conocemos el mundo a nuestro alrededor; mucho menos podemos conocer la naturaleza de nuestras propias almas. Sin darnos cuenta, a medida que escudriñamos el Corazón de Dios, estamos explorando también el nuestro propio. Porque solo encontrándolo a El nos encontramos nosotros, porque estamos “en Él.”

No obstante, a través de ese proceso de escudriñamiento y búsqueda, al exponer mi corazón ante Dios, un sentimiento de temor reverente me invade al hacer mía la oración del Rey David, “Examíname oh Dios y conoce mi Corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno "(Salmo 139:23-24).

Desmaquillemos nuestras almas y miremos la realidad de nuestros corazones. Yo se que Dios nos ha creado eternamente completes y perfectos en Cristo. Yo lo creo así. Pero en los tres primeros capítulos de Apocalipsis que le fueron revelados a Juan, Jesús no dice a la iglesia que eran “perfectas a Sus ojos.” ¡No! El les revelo su verdadera condición; les señalo sus pecados. Sin ninguna concesión, les demanda que sean vencedores, cada uno en su difícil y singular circunstancia.

Como ellos, nosotros también debemos conocer nuestra necesidad. Como en su caso, las almas que queremos salvar habitan aquí en un tiempo real, en un sistema mundial estructurado sobre las mentiras, las ilusiones y la corrupción desenfrenada. Nuestra vieja naturaleza es como los zapatos viejos a los que estamos acostumbrados y con los cuales nos sentimos cómodos y descansados; podemos empezar a actuar carnalmente aun sin darnos cuenta de ello. ¡Los enemigos que nos derrotan están latentes y escondidos en nuestro en interior! Así, ¡el Espíritu Santo debe descubrir y exponer a nuestros adversarios antes que podamos conquistarlos!

El profeta Jeremías escribió en relación a la naturaleza del hombre,
“Engañoso es el Corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quien lo conocerá?” (Jeremías 17:9). En otras de las oraciones del rey David encontramos un clamor similar: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a Tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mi; entonces seré integro y estaré limpio de gran rebelión” (Salmo 19:12-13).

Puede haber en nosotros errores que aun sin darnos cuenta, nos están en realidad dominando. Por ejemplo, ¿nos damos cuenta que cuantas de nuestras acciones son manipuladas por la vanidad y el deseo de ser vistos o aceptados por los demás? ¿Somos conscientes de los temores y desconfianzas que inconscientemente influencias tantas de nuestras decisiones? Podemos tener serios defectos en nuestro interior y todavía ser demasiado orgullosos o inseguros para admitir que necesitamos ayuda.

Con respecto a nosotros, ¡tenemos un concepto muy alto de algo que muy poco conocemos!

Aun en lo externo, aunque conocemos nuestra pose fotográfica, ¿sabemos cómo lucimos cuando reímos, cuando lloramos, cuando comemos o dormimos, cuando hablamos o cuando estamos enojados? ¡El hecho es que la mayoría de nosotros ignora como es nuestra apariencia exterior para los demás; con mayor razón desconocemos como somos interiormente ante Dios! Automáticamente nuestra forma de pensar, afectada por el pecado cuando el hombre cayó en el Edén, justifica nuestras acciones y racionaliza nuestros pensamientos. Sin el Espíritu Santo estamos casi indefensos ante nuestras innatas y propias tendencias hacia el auto- engaño.

Por lo tanto, si hemos de ser santos, debemos renunciar primero a la falsedad. Habiendo sido justificados por fe y lavados en la sangre sacrificial de Cristo, la luz de la gracia de Dios, no necesitamos pretender que somos justos. Solo es necesario que seamos verdaderos.

No hay ninguna condenación ni castigo para nuestra honestidad de Corazón. Solamente tenemos que arrepentirnos y confesar nuestros pecados para que ellos nos sean perdonados y limpiados; si vamos a amar la verdad, debemos ser librados del pecado y el auto-engaño. Ciertamente, necesitamos conocer dos cosas y tan solo dos cosas: el Corazón de Dios en Cristo y nuestros propios corazones a la luz de Cristo.

El mensaje que antecede fue adaptado del libro del Pastor Francis La Santidad, La Verdad y La Presencia de Dios – versión en inglés - Publicado en español por Editorial Desafío.